La crisis energética ha llevado a la necesidad de reducir el consumo de energía y, complementariamente, las emisiones de gases de efecto invernadero. Por ello, la Unión Europea (UE) se ha comprometido a establecer un sistema energético sostenible y descarbonizado para 2050. En este contexto, el comportamiento energético de los edificios es crucial: por un lado, todos los edificios nuevos deben proyectarse como edificios de energía casi nula (EECN), y por otro, se han establecido estrategias de renovación a largo plazo para mejorar el parque de edificios existentes. Teniendo en cuenta que se espera que el 85-95 % de los edificios de la UE sigan en pie en 2050, se ha establecido el objetivo de renovar 35 millones de edificios ineficientes para 2030.
Hasta el momento, las estrategias se han centrado en la reducción de la transmisión de calor a través de la envolvente del edificio. Sin embargo, se ignora la entrada de aire de manera incontrolada a pesar del su gran impacto energético, que puede representar hasta el 25% de la demanda de calefacción y el 12% de la demanda de refrigeración en España, dependiendo del clima. Esta entrada de aire incontrolada son las infiltraciones y su caudal depende del grado de permeabilidad al aire del edificio.